*Desde Lo mas Profundo de mi Ser*

Me es tan díficil pensar,
cada momento en ti.
Que no puedo acostumbrarme
a tu ausencia en mi vida.
Me duele tanto...
el darme cuenta que te soy
tan indiferente...
¿Por qué, ni no lo soy para
la gente, por qué lo soy para ti?..
Dimelo.
Acaso, no lo sabes?....
Entonces, ¿por qué esa apatía?.
¿Por qué esos reproches?...
No seas injusta. ¡Contéstame!....
No ves acaso,
que mis lágrimas,
ya no son de agua,
sino de sangre.
¿No ves que me salen
desde lo más profundo
de mi corazon?.
Mira que mi tristeza,
ha opacado mi mirada, mi sonrisa...
Me da tristeza, de repente,
saber que tú... ya no me quieres.
Que mi presencia o mi ausencia,
ya te da lo mismo.
No sé si pensar, que lo tuyo,
es solo orgullo o egoísmo.
Yo necesito que te acerques a mi,
¡No sabes cuánto te necesito !...
Mírame, siquiera...
y hazme sentir que aún vibro,
que aún sienta que estoy vivo...
¿Me querrás?... -Me pregunto.
No lo sé, ni quisiera saberlo.
Ya da lo mismo.
Ha pasado tanto tiempo, y tú..
ni un ¡Hola! ¿cómo estás?--
¿qué tal el día de hoy?...
ni siquiera eso.
Me pregunto también,
¿qué pensarás de mí?...
Si lo nuestro no pudo ser, pues...
¿por qué no intentar de nuevo?..
Porque yo al silencio le pregunto,
y no me contesta.
Le pregunto al viento, lo mismo,
y nada...
Le pregunto a las aves,
y lo pasan por alto.
¡No quisiera pensar que sientes
apatía por mi !..
Si mi vida la llenaste de tu amor
limpio, puro.... mágico,
lo llenaste de bellos detalles..
Y, aunque ya no te tengo...
aún así.. de bellos recuerdos
Te quiero mi amor..
No dejes que mis ilusiones se vayan.
o se alejen de mi mente.
Vuelve mi amor..
y ven llena con tu presencia
todo mi amor propio.
No dejes que la tristeza
empañe nuestras vidas, ¡nunca!.
Ven mi amor...
y espanta toda esta soledad,
que no me deja, ni a sol ni a sombra...
Mira que todo esto nace...
Desde lo más profundo de mi ser...........

Ramiro Hermosillo D.

"Hansel y Gretel".

Cerca de un gran bosque vivía un leñador con su mujer y sus dos hijos. El niño era Hansel y la niña Gretel.
Un día los niños acompañaron a su padre al bosque y, sin darse cuenta, se alejaron de él, y acabaron perdiéndose.
Sin tener nada que comer y muertos de hambre, anduvieron toda la noche desesperados, pensando que nunca lograrían salir del bosque.
Al salir el sol vieron un pajarillo blanco volando sobre ellos. Los dos niños lo siguieron y se encontraron ante una hermosa casita blanca.
Sin embargo su sorpresa fue mayor cuando se dieron cuenta de que la casita estaba hecha de pan.
El techo era de pastel y las ventanas, de azúcar transparente.
Felices, Hansel y Gretel, comenzaron a comer vorazmente, desprendiendo trocitos de las paredes y del tejado.
Ya casi estaban hartos cuando apareció en la puerta una viejecita
Los niños se asustaron al principio pero los tranquilizó:
--No os haré ningún daño, queridos niños. Entremos...
Pero la vieja era, en realidad, una malvada bruja que atraía a los niños hasta el centro del bosque para comérselos.
Por eso, cuando Hansel y Gretel hubieron entrado en la casa, la vieja agarró al primero con mano huesuda y lo encerró en una jaula.
La niña, asustada, se puso a gritar y llorar, pero la bruja, sin hacer caso de sus lamentos, le dijo:
--Prepara algo sabroso para que coma tu hermano. Cuando esté bien gordo, lo asaré y me lo comeré.
Así pasaron algunos días. Todas las mañanas, la bruja iba a la jaula y gritaba:
--Hansel, enséñame un dedo para que vea si ya estás bastante gordo.
Hansel sacaba un huesecillo de pollo y la vieja, cuya vista era débil, creía que se trataba del dedo del muchacho, que seguía estando flaco.
Por fin, al cabo de cuatro semanas, la vieja, harta de esperar inútilmente, llamó a Gretel y le dijo:
--Gretel, prepara el horno. Delgado o gordo, me voy a comer a tu hermano ahora.
La niña se echó a llorar, rogando a la bruja que no se comiera a su hermano. Pero de nada sirvió.
Sin embargo, alir a encender el fuego, a Gretel se le ocurrió una idea. Llamó a la bruja y cuando acudió le dijo:
--No se cómo se enciende el horno. Enséñame tú.
La bruja, irritada, metió la cabeza en la boca del horno para encenderlo.
En ese momento, la niña la empujó con toda su fuerza, y la encerró.
--¡Sácame de aquí! -gritaba la vieja mientras Gretel iba a liberar a su hermano.
Luego recorrieron la casa de la bruja y encontraron un arcón lleno de oro y piedras preciosas.
Los niños se llenaron los bolsillos, y, ayudados por los animalillos del bosque, regresaron a su casa.
Los padres lloraron de alegría al verles y vivieron siempre felices.


Hermanos Grimm.

"Aunque la Mona se vista de seda".

Es bien conocida la tendencia de los monos a imitar a las personas, repitiendo gestos y caras que ven hacer a los seres humanos.
Había una vez una mona muy presumida, que siempre estaba contemplando a la gente e intentando parecerse a las personas para distinguirse de los demás animales.
Un día, la mona presumida logró colarse en las habitaciones de una gran dama. Por todas partes había ricas vestiduras, sedas, joyas...
La mona empezó a revolverlo todo y a probarse las prendas más llamativas y los sombreros más extravagantes, contoneándose delante del espejo como en alguna ocasión había visto hacer a las señoras.
Por sin eligió un vistoso vestido de seda, un sombreo y las joyas más grandes que pudo encontrar, y así engalanada salió a pavonearse ante los demás animales.
"Seguro que me toman por una gran señora", pensaba la mona llena de vanidad.
Pero todos los animales la reconocían al instante a pensar de su lujosa indumentaria, y la saludaban diciendo burlonamente:
--Buenas tardes, señora mona, ¿a dónde va tan elegante y enjoyada?
La mona acabó notando el tono de burla y dijo enfadada:
--¡Vais a ver, hatajo de estúpidos envidiosos! ¡Soy una gran dama y lo voy a demostrar!
Y ni corta ni perezosa volvió a la ciudad y se coló en una fiesta, pensando que tan engalanada como iba nadie se daría cuenta de que era una mona y no una señora.
Pero, naturalmente, en cuanto entró todo el mundo empezó a reírse.
--¡Qué ridícula está la mona vestida de esa manera! -decían unos.
--Con esa ropa lujosa y esas joyas, todavía se nota más lo fea y peluda que es -decían otros.
La mona salió corriendo de allí avergonzada, dejó el vestido de seda y las joyas y nunca más pretendió ser una dama, pensando que, después de todo, no estaban tan mal ser una mona.
Cuento Anónimo.
MORALEJA:
Por más que uno intente aparentar que es distinto de como en realidad es, lo importante es la verdadera naturaleza de cada cual y no las apariencias. Como dice el refrán: "Aunque la mona se vista de seda, mona se queda".
.

"El Caballo de Troya".

Habían transcurrido casi diez años desde que los griegos comenzaron sus ataques contra Troya.
La ciudad fortificada resistía indefinidamente sin que los dioses se decidieran a dar la victoria definitiva a uno de los ejércitos.
Héctor, el mayor héroe troyano, había muerto ya a manos del gran guerrero Aquiles, su mortal enemigo.
Y también éste murió a causa de un dardo envenenado. Pero la guerra parecía que no iba a tener fin.
Los dos ejércitos, cansados y desprovistos de sus dos famosos héroes, seguían combatiendo.
Un día, Ulises concibió un extraño plan: se construiría un enorme caballo de madera y en su interior se esconderían los mejores guerreros griegos.
Según el plan de Ulises, las naves griegas debían fingir que se retiraban, poniendo rumbo al horizonte.
Puede suponerse el júbilo de los troyanos cuando vieron zarpar las embarcaciones griegas, después de tantos años de encarnizados e interminables combates.
Tal era su alegría que abrieron las puertas de la inexpugnable ciudad y recorrieron el campo de batalla entre bailes, cantos y gritos.
Dieron entonces con el monstruo de madera que los griegos habían abandonado.
Pensaron que se trataba de una ofrenda de sus enemigos a la diosa Atenea, que les había protegido hasta entonces, por lo que decidieron entrarlo a la ciudad, con grandes esfuerzos.
Dentro del caballo, Ulises y sus guerreros, que tantos años habían intentado traspasar las murallas de Troya sin conseguirlo, notaban cómo sus propios enemigos les arrastraban ahora al interior de la ciudad.
Por la noche abandonaron su escondite, mataron a los centinelas y abrieron jubilosos las puertas de la ciudad.
Mientras tanto, las naves griegas, que habían puesto de nuevo rumbo a Troya en cuanto se puso el sol, llegaron a la playa.
Así fue como todo el ejército cayó sobre los troyanos. Los griegos saquearon la ciudad y, después de recogidas las riquezas que allí se guardaban, la prendieron fuego, volviendo después a Grecia a bordo de sus naves.
Pero, Poseidón, el dios del mar, irritado con Ulises, hizo que la nave del prudente griego se perdiera en el océano tardando largos años en regresar a su patria.


Homero.

"La Máquina de Contar Cuentos".

A Sita y Carlos no les importaba quedarse solos en casas por la noche cuando sus padres salía, pues tenía un robot programado para contar cuentos.
Rob, que así se llamaba el robot, sabía miles y miles de cuentos y leyendas, antiguos y modernos; no había más que pedirle:
--Rob, cuéntame el cuento de Caperucita Roja.
Y el robot empezaba:
--Érase una vez una niña que siempre llevaba una capucha roja a la que por eso le llamaban....
Aquella noche, Rob estaba contándoles a Sita el cuento de Blancanieves, cuando de pronto empezó a tartamudear:
--Los.. los... ena... ena... ena... nitos...
--¿Qué te pasa, Rob? -preguntó Sita extrañada
--¡Nunca te había oído hablar de esta manera!.
La niña llamó a su hermano que acudió para ver qué pasaba.
El robot se había ido a un rincón y parecía afligido.
--¿Qué pasa, Rob? -preguntó Carlos-
--¿Tienes alguna avería?, ¿Te duele algún circuito?, ¿Se te ha indigestado el aceite lubricante?
--Mi no poder hablar bien - contestó Rob-. Algo fallar en aparto lenguaje...
--¡Habla como un indio! -exclamó Sita.
--Pues es verdad -dijo Carlos ¿Nos vas a contar una historia de pieles rojas? A mi me encantan..
--No ser cuento -dijo Rob -. Algo fallar... Mi no poder hablar bien...
--Bueno, pues ya que hablas como un indio, ¿por qué no jugamos a los indios? -propuso Sita.
--¡Buena idea! -exclamó Carlos - ¿Qué te parece, gran jefe Rob Lengualarga?
--Mi gustar idea -contestó el robot -. Mi querer jugar a los indios.
Y el robot contador de cuentos se puso unas plumas de indio y, a falta de una escoba que hiciera de caballo, se subió a una aspiradora y se puso a jugar con los niños.
Al día siguiente le repararon el aparato de lenguaje y volvió a hablar bien, pero desde entonces no se limitó a contar cuentos, pues había descubierto que todos se divertían mucho más jugando.
Y así Rob se convirtió en una máquina de jugar.
Ahora ya no se limitaba a contar cuentos por la noche: Bastaba con que los niños se lo pidieran para que cabalgara como un caballo, trepara a los árboles como un mono o caminara sobre sus manos como un acróbata.
A partir de entonces, los niños se divirtieron aún más que antes.
Cuento Anónimo.

"El Enanito Curioso".

La hija del rey estaba enferma, y su madrina había dicho que sólo se curaría si comía una rica manzana procedente del huerto de tres hermanos huérfanos.
El rey prometió la mano de su hija a quien lograra salvarla, y tres hermanos que tenían un hermoso manzano en su huerto se enteraron de la noticia.
--¿Por qué no probamos? -dijo el hermano menor-. Nosotros somos huérfanos y tenemos un manzano.
--Yo iré -dijo el hermano mayor.
Tomó las más hermosas manzanas del árbol, las metió en una cesta y se dirigió al palacio del rey.
Por el camino se encontró con un enano que le preguntó:
--¡Qué llevas en esa cesta, muchacho?
--¡Patas de rana ! -contestó el joven de mal humor.
--Que sea como tú dices -dijo el enano.
Cuando el hermano mayor llegó a palacio y abrió la cesta ante el rey y la princesa, de su interior saltó un montón de ranas dando brincos.
--¡Echad de aquí a este insolente! -ordenó el rey, y los guardias sacaron a empujones al muchacho.
Unos días después decidió probar suerte el segundo hermano.
Como el mayor, se encontró con el enano, que le preguntó:
--¿Qué llevas en esa cesta, muchacho?
--Ratones -contestó el segundo hermano.
--Que sea como tú dices -dijo entonces el enanito.
Cuando el muchacho abrió su cesta ante el rey y la princesa, salieron de ella varios ratones, que empezaron a corretear por todas partes.
Naturalmente, el segundo hermano fue echado de palacio sin contemplaciones.
Aunque sólo quedaba una manzana en el árbol, el hermano menor decidió probar suerte.
La tomó, la metió en una cesta y se dirigió hacia palacio.
--¿Qué llevas en esa cesta, muchacho? -le preguntó el mismo enano a él también.
--Una manzana con la que espero curar a la princesa -contestó muy gentil el joven.
--Que sea como tú dices -dijo el enano.
El hermano menor se presentó ante el rey, que le advirtió severamente.
--Si intentas burlarte de nosotros, como tus hermanos, serás castigado severamente.
--Sólo pretendo ofrecer esta manzana a la princesa -dijo el muchacho sacándola de la cesta.
La princesa probó la manzana e inmediatamente se puso a dar saltos de alegría, completamente curada.
El hermano menor se casó con ella y vivieron felices muchos años.

Hermanos Grimm.

"El Principito".

El principito es un famoso cuento en el que un aviador que ha tenido una avería en el desierto se encuentra con una niño que vive en un pequeño planeta. El principito le pregunta si los corderos se comen los arbustos, y el aviador le contesta que sí...
A partir de aquí lo que sigue es la versión original de Saint-Exupéry, tal como la escribió el autor después de un terrible accidente de aviación en el desierto, y por lo tanto está contada en primera persona por el aviador, que obviamente es un personaje basado en el propio autor....
Entonces -dijo el principito -, ¿los corderos también se comen los baobabs?
Le hice notar al principito que los baobabs no son arbustos, sino árboles tan grandes como iglesias, y que aunque llevara a su planeta todo un rebaño de elefantes no serían suficientes para comerse un solo baobab.
La idea del rebaño de elefantes hizo reír al principito.
--Habría que ponerlos unos sobre otros... -Y luego añadió--:
Antes de crecer, los baobabs son muy pequeños.
-Cierto -dije-, pero ¿por qué quieres que los corderos se coman a los pequeños baobabs?
En su planeta, me explicó el principito, había como en todos los planetas, hierbas buenas y hierbas malas. Y, por tanto, semillas buenas de unas y semillas malas de otras.
Pero las semillas son invisibles, duermen en el secreto de la tierra, hasta que un día una tiene la ocurrencia de despertarse.
Entonces se estira y crece hacia el sol una encantadora ramita inofensiva.
Si se trata de una ramita de rábano o rosal, se la puede dejar crecer.
Pero si es una hierba mala, hay que arrancarla enseguida.
En el planeta del principito había semillas terribles, semillas de baobab.
El suelo del planeta estaba lleno de ella. Y así un baobab se se arranca en cuanto aparece, luego no hay manera de deshacerse de él.
Invade todo el planeta y lo perfora con sus raíces.
Y si el planeta es muy pequeño y los baobabs son muy numerosos, lo hacen estallar.
--Es una cuestión de disciplina -decía el principito.
Cuando por la mañana termina uno de hacer su aseo personal, hay que hacer también el aseo del planeta.
Hay que arrancar los baobabs en cuanto se los distingue de los rosales, a los que se parecen mucho cuando son pequeños.
Es un trabajo fastidioso pero muy fácil.

Antoine de Saint-Exupéry.

"Pinocho".

Un día, un carpintero llamado Gepetto hizo un hermoso muñeco, al que llamó Pinocho porque estaba hecho de madera de pino.
--¡Qué lástima que no sea un niño de verdad! -dijo Gepetto. -
--¡Me hubiera gustado tanto tener un hijo!!.
Aquella noche, el Hada Azul apareció en el taller de Gepetto, tocó a Pinocho con su varita mágica y le dio vida.
--Pórtate bien y sé un buen hijo. -le dijo antes de desaparecer.
Al día siguiente, Gepetto se puso muy contento y le dio a Pinocho libros y cuadernos para que fuera al colegio con los demás niños.
Pero mientras iba al colegio Pinocho se encontró con un par de bribones que lo convencieron de que fuera a divertirse con ellos.
Mediante engaños, lo llevaron al teatro ambulante de un gitano y se lo vendieron para que lo exhibiera en público, pues un muñeco viviente era una gran atracción.
El dueño del teatro encerró a Pinocho en una jaula, y éste empezó a llorar hasta que el Hada Azul acudió en su ayuda; le preguntó cómo había llegado hasta allí, y Pinocho, que no quería confesar que no había ido al colegio, le mintió y entonces ¡le creció la nariz!.
El Hada Azul lo perdonó y lo soltó, pero Pinocho se dejó engañar otra vez por los dos bribones,k que lo llevaron al País de los Juguetes, un lugar lleno de dulces y golosinas y juegos y juguetes de todas clases, pero donde los niños que allí iban acababan convirtiéndose en burros en castigo por su glotonería.
Pinocho empezó a jugar y a atracarse de golosinas, y pronto empezaron a crecerle orejas de burro. Asustado, huyó de allí, pero al llegar a su casa descubrió que Gepetto ya no estaba.
Había salido en busca de su hijo de madera, y el barco en que viajaba se lo había tragado la ballena.
Pinocho sintió mucho miedo.
Pero el cariño que sentía por aquel carpintero le infundió valor y se lanzó al mar con una pequeña barca
¿Dónde podría encontrar a la persa blanca que buscaba?.
Surcó los mares en vano hasta que, desalentado, una lágrima brotó de sus ojos.
Al advertir su arrepentimiento el Hada Azul hizo que la ballena apareciera.
Tanto se acercó a ella Pinocho en su barca que la ballena, asombrada abrió la boca de sorpresa.
El muñeco aprovechó aquel instante para zambullirse en su interior, rescatar a Gepetto y regresar a su barco.
La ballena se puso furiosa y trató de darles caza, pero como Pinocho ya era experto en conducir barcos, logró sortear el peligro y llegar a tierra.
Como premio a su valor el Hada Azul lo convirtió en un niño de carne y hueso.

Carlo Collodi.

"El Patito Feo".

Aquel verano, entre los huevos de mamá pata apareció uno más grande; no lo había puesto ella ni sabía de dónde podía venir, pero puesto que estaba allí lo incubó como los demás.
Por fin se rompió y salió de su interior un patito raro, grande y desgarbado, de un sucio color grisáceo.
-No importa que sea raro y feo -- dijo mamá pata --. Es mi hijo como los demás.
Pero los otros patos, incluidos sus hermanos, no hacían más que burlarse del patito feo, por ser tan desgarbado, hasta que éste, lleno de pena, se marchó de la granja.
Llegó el invierno, empezó a caer nieve y a helarse el agua de los estanques. Hacía muchísimo frío, y un día el patito vio elevarse en el cielo una aves maravillosas de largo cuello y hermoso plumaje blanco; eran cisnes que emigraban hacia lugares más cálidos para pasar el invierno.
Al ver a los cisnes, el patito feo sintió una gran emoción y un deseo fortísimo de volar con ellos, pero aún era pequeño y sus alas apenas le permitían revolotear un poco.
De penalidad en penalidad, pasó el invierno, y al llegar la primavera el patito feo, que había crecido bastante, voló hacia el bosque en busca de un lago.
De pronto vio tres cisnes blancos y majestuosos volar hacia un estanque, y no pudo vencer la tentación de seguirlos.
Se posó en el agua junto a ellos, pensando: "Seguramente me echarán al verme tan feo y desgarbado".
Los cisnes se acercaron al patito, que agachó la cabeza avergonzado, pero entonces vio su imagen reflejada en el agua y cuál no sería su sorpresa al comprobar que, al crecer durante el invierno, él también se había convertido en un cisne majestuoso...
En la plenitud de su belleza, extendió sus blancas alas con orgullo.
¡Por eso les había parecido tan raro a los demás patos, porque era un cisne, y de pequeños los cisnes son grisáceos y desgarbados!!
Y el que había sido el patito feo, convertido en un blanco cisne de un cuello flexible, nadó feliz junto a sus compañeros.
Un día acertaron a pasar por aquel estanque, mamá pata con el resto de sus hijos y se detuvieron a admirar la belleza de aquellos blancos cisnes.
De entre ellos, no tardaron en reconocer al que alguna vez fuera llamado "El Patito Feo".
Al verles, éste salió del agua y se acercó a mamá pata, a la que saludó efusivamente, mientras ella daba muestras de orgullo ante el majestuoso porte de su hijo.
Los otros hermanos bajaron la cabeza, avergonzados.
Pero el que fuera patito feo los perdonó, invitándolos a que nadaran juntos en el estanque.

H. Ch. Andersen

"La Liebre y La Tortuga".

La liebre era uno de los animales más veloces del bosque, y siempre estaba presumiendo ante los demás de su agilidad y ligereza.
--Ni los más veloces galgos pueden darme alcance -decía-, ni los zorros, ni las águilas... Nadie puede igualarme en rapidez.
Vivía en el mismo bosque una simpática tortuga, a la que todos apreciaban por su amabilidad y paciencia.
Pero la vanidosa liebre siempre se burlaba de ella por su lentitud, diciéndole cosas tales como:
-No corras tanto, amiga tortuga, que vas a tropezar y te vas a caer.
La tortuga no hacía caso de estas chanzas y seguía su camino, lenta pero segura.

Un día la liebre, delante de otros animales, le dijo a la tortuga en son de burla:
--Te desafío a una carrera; eres tan rápida que siento curiosidad por saber si puedo ganarte.
Ante el asombro de todos la tortuga respondió:
-De acuerdo, acepto.

Se decidió, pues, el punto de partida, el recorrido y la meta, situada al otro extremo del bosque, y a una señal salieron los dos animales, corriendo a gran velocidad la liebre y caminando lentamente la tortuga.
Como era de esperar, enseguida sacó la liebre gran delantera, y viendo que la tortuga estaba muy atrás, se sentó a descansar bajo un árbol, muy tranquila.
Al cabo de un buen rato, llegó la tortuga con su paso lento y calmoso, y la liebre se rió a carcajadas.
La dejó adelantarse un trecho y luego volvió a correr, sacándole de nuevo una gran ventaja en pocos minutos.
La liebre repitió varias veces esta maniobra, y tan confiada estaba en su victoria, que una de las veces se quedó dormida bajo el árbol en que se habia sentado a descansar un rato. De pronto, se despertó sobresaltada y echó a correr a toda velocidad hacia la meta, pero cuando llegó se encontró a la tortuga que estaba esperándola con una sonrisa burlona; mientras la liebre descansaba segura de sí misma, la tortuga, lenta pero constrante, había ido avanzando hasta ganar la carrera.
Desde aquél día, la liebre no volvió a presumir y nunca más se burló de la paciente tortuga.
Fábula de Esopo.

"Las Zapatillas Rojas"

Érase una vez una niña muy linda y delicada, pero tan pobre, que en verano andaba siempre descalza y en invierno tenía que llevar unos grandes zuecos, por lo que los piecesitos se le ponían tan encarnados, que daba lástima.
La chiquilla era huérfana y un día una anciana señora la vio, sintió pena por ella y decidió recogerla.
Le enseñó a leer, a coser y le compró ropa y zapatos nuevos.
Pero la mayor ilusión de la niña era tener unos zapatos rojos. La señora se negaba a comprárselos pues le parecían feos y de mal gusto.
Al fin una mañana consiguió sus zapatos rojos haciendo creer a la anciana, que no veía ya demasiado bien, que eran de otro color.
Con ellos puestos y más feliz que nunca acompañó a la dama a la iglesia.
En la puerta se había situado un soldado viejo, con una muleta y una larguísima barba más roja que blanca, quien al ver a la niña exclamó:
--¡Caramba qué preciosos zapatos de baile!! Ajústalos bien cuando bailes --y con la mano dio un golpe en la suela.
La niña no pudo resistir la tentación de marca unos pasos de danza, y he aquí que no bien hubo empezado, sus piernas siguieron bailando por sí solas, como si los zapatos hubieran adquirido algún poder sobre ellas.
Y bailando dio la vuelta a la esquina de la iglesia mientras el soldado se reía a carcajadas de ella.
Intentó quitarse los zapatos para tirarlos, pero estaban ajustadísimos a sus pies, y , aún cuando consiguió arrancarse las medias, los zapatos no salieron.
Y venga a bailar y bailar, sin poder detenerse, los zapatos la sacaron por la puerta de la ciudad y la guiaron hasta un oscuro bosque.
Se encontraba sola y asustada, y, además, el frío le helaba los huesos.
No paraba de pensar en la pobre y anciana señora que estaría buscándola por todas partes.
--¡Oh, qué mal hice en engañarla! - pensaba -.
Nunca debí comprarme estos zapatos rojos.
¡Daría cualquier cosa por poder estar con ella en casa, junto al fuego y sin estos odiosos zapatos!
En el acto los zapatos pararon de bailar. La niña no salía de su asombro: ¡ya no tenía que bailar incansablemente! Intentó quitárselos y los zapatos salieron suavemente de sus pies.
La chiquilla, feliz, los arrojó lejos de sí y volvió descalza a su casa. Nunca más quiso tener unos zapatos rojos.

Hans Christian Andersen.

MORALEJA:
Entusiasmarse con sueños imposibles e inalcanzables no sólo puede acarrear consecuencias impensadas, sino que volverá mas triste la realidad.

"El Flautista de Hamelín."

Hace ya muchos años, el pueblo de Hamelín fue invadido por un número incalculable de ratas que lo devoraban todo a su paso.
Ratoneras, cepos, veneno, todo resultaba inútil. Incluso se hizo venir un barco cargado con mil gatos; pero todos estos esfuerzos no sirvieron para eliminar a los roedores.
Más he aquí que un buen día se presentó ante el alcalde de la ciudad un hombre muy alto, de piel oscura, delgado, vestido con un traje rojo, sombrero puntiagudo y medias grises. El forastero le ofreció, a cambio de cien escudos, librar a la ciudad de la plaga que la asolaba. El alcalde aceptó la propuesta en el acto.
Sin pérdida de tiempo, el forastero extrajo de su bolsa una flauta y comenzó a tocar una extraña melodía. Nada más sonar las primeras notas comenzaron a salir de los graneros, de las vigas, de las tejas, ratas y ratones, primero por cientos y luego por miles, que acudían hacia el flautista como atraídas por una fuerza irresistible.
El flautista, sin dejar de hacer sonar la flauta, atravesó el pueblo y se dirigió hacia el río, seguido en todo momento por la inmensa legión de roedores. Una vez llegado al río, se descalzó y se introdujo en sus aguas, seguido por todas las ratas de Hamelín, que de este modo murieron ahogadas.
La ciudad quedó limpia de ratas. Pero cuando el forastero se personó en el Ayuntamiento para recibir la recompensa prometida, el alcalde y los ciudadanos, comprendiendo que no tenían ya nada que temer de las ratas, tuvieron la desfachatez de entregarle diez ducados en lugar de los cien que le habían prometido por su trabajo.
El flautista se enfadó.
La respuesta fue una carcajada general. Se rieron de su amenaza y lo expulsaron del pueblo entre risas y bromas.
El viernes siguiente, a mediodía, el flautista reapareció en la plaza del mercado, sacó de su bolsa una flauta, totalmente distinta a la anterior, y cuando se empezaron a oír sus primeros compases todos los niños de la ciudad comenzaron a seguirle.
El flautista caminó hasta una cueva, y con él todos los niños.
Durante algún tiempo se siguieron oyendo los sones de la flauta; luego fueron disminuyendo poco a poco, y finalmente cesaron del todo.
Los niños habían desaparecido sin dejar rastro.
Prosper Merimée.